lunes, octubre 31, 2005

Xantolo (Todos los santos), Días de muertos

Nací en una familia con fuertes apegos a sus tradiciones religiosas (católica, por el lado de mi mamá, que es urbana de la región central del país) y con una presencia muy importante de las tradiciones pagano-religiosas, esas que resultaron de la “evangelización” a los habitantes prehispánicos y la mezcla de sus festejos ancestrales con los ritos de la iglesia conquistadora (por el lado de mi papá, que es de la sierra de Veracruz, en esa parte de la huasteca donde actualmente todavía se viste camisa y calzón de manta y se defiende el honor con el machete).

Desde muy temprana edad descubrí que cuando alguien que amo se muere hay motivo para ponerse triste, porque ya no va a estar a mi lado como siempre, para darle mi amor y recibir el suyo, pero también me enseñaron que hay un lugar donde van los muertos, en especial los que se portaron bien y están bien con dios, y que ahí están muy bien, “muy contentos y felices por toda la eternidad”. Esto, como seguramente ya suponen, gracias a las enseñanzas de la línea materna.

A pesar de que ya sabía que los que se mueren “se la pasan muy bien” en el nuevo lugar en donde se encuentran, ese CIELO quedaba fuera de mi alcance y también algunos amigos y familiares que al morir se habían ido a “vivir” para allá; por lo que no dejaba de ponerme triste al recordar a esos que ya se me habían adelantado en el “viaje a la eternidad”.

Para mi fortuna, algunos años más tarde, después de haber transitado por las tinieblas de la adolescencia, hice un descubrimiento que hasta la fecha me tiene muy feliz y que consistió simplemente en encontrarle sentido a algo que yo había presenciado desde mi infancia y cuyo significado hasta ese momento había pasado por alto.

En mi casa y en las casas de mis familiares en la línea paterna, del 30 de octubre al 02 de noviembre de TODOS los años había fiesta, se adornaba con papeles de colores, se ponían vistosas ofrendas con frutas y flores hermosas y se cocinaban riquísimos platillos reservado para las grandes ocasiones (tamales, mole, chocolate...) y se sacaban de los cajones los retratos de los abuelos y demás familiares muertos y se les ponía en un lugar de privilegio dentro de la ofrenda, acompañados de su correspondiente veladora y vaso de agua. Copal (incienso), música de fondo y delicioso aroma a pan de muerto.

En esos días todo era fiesta y gozo porque se tenía la oportunidad de VOLVER A CONVIVIR con los papás que ya no estaban, con los hermanos y los hijos muertos y con los amigos de la infancia que tanto se extrañan. En esos días se podía volver a obsequiar a los difuntos con los platillos y bebidas que más les gustaban y hasta se les sentía sentados a la mesa, en ese lugar que ocuparon tantos años antes de partir.

Descubrí en la alegría de la gente, la posibilidad de tener a mi alcance nuevamente a aquellos a quienes tanto extraño en ciertas ocasiones, SIMPLEMENTE UNIÉNDOME A ESTA TRADICIÓN (que además me constituye de raíz), FESTEJANDO LA FORTUNA DE ESTAR VIVO Y LA OPORTUNIDAD DE HABER RECIBIDO TANTO DE QUIENES VINEN A VISITARME EN ESTAS FECHAS.

DECIDI HONRAR A MIS MUERTOS, RECORDANDO LA MONTAÑA DE COSAS BUENAS QUE ME HAN DEJADO, Y RECIBIÉNDOLOS EN MI CASA CON AMOR, AGASAJÁNDOLES CON UNA OFRENDA Y CONTÁNDOLES LAS COSAS BUENAS QUE HE HECHO DESDE LA ÚLTIMA VEZ QUE NOS VIMOS, EXACTAMENTE HACE UN AÑO, EN XANTOLO (Fiesta de Todos los Santos o Días de Muertos).


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