Ciudad Netzahualcóyotl,
a 14 de julio de 2016
Hoy Bruno se graduó de
preescolar, hubo misa católica, cambio de escolta, entrega de documentos y
baile (vals). Al final también fiesta en salón infantil, pero no fuimos.
Los más entusiasmados y
alborotados con el suceso eran los papás, que se vistieron de gala, corbata o
zapatillas, y supongo que imaginaban este mismo momento para 17 o 18 años adelante,
cuando sus recién graduados lo fueran de la licenciatura y se pudiera decir,
ahora sí, ¡qué bueno que terminaste la carrera!, orgullosos de este nuevo
ingeniero o médico en la familia, ¡valieron la pena tantos esfuerzos y tantos
gastos, al final conseguimos lo que tu abuela hubiera querido, verte convertido
en todo un profesionista!
En mi caso, varias cosas me “pegaron”
de manera imprevista. Primero la misa, que más que un evento de condicionamiento
y adoctrinamiento, realmente parecía una forma de dar gracias por este primer
escalón de la todavía incipiente vida de los niños graduados, en donde vi
muchas caras de alivio que probablemente pensaban en que, al menos por el
momento, ya se había alcanzado la meta, “el niño sigue vivo y hasta terminó el kínder,
supimos que hacer, aunque no sepamos cómo le hicimos”.
Otra cosa llena de significado ocurrió
cuando el cambio de escolta, donde los custodios de la bandera entregaron la responsabilidad
cumplida a nuevos “merecedores” del privilegio reservado a los mejores
promedios, y pasaron los viejos de 6 años a los novatos, previo juramento de respetarla
y defenderla, una pequeña bandera, que los vio tranquila y segura, por la pureza
y entrega de los participantes.
La culminación del pasaje
patriótico del evento tuvo lugar cuando el maestro de ceremonias anunció que cantaríamos
el himno nacional. Todos procedieron, al principio con cautela, viendo al vecino
y tratando de no desafinar, y después, con emoción y más energía, como
recordando cuando en la época escolar se hacía lo propio y se estaba dispuesto
a defender y combatir lo que fuera necesario…
El último evento con significado
insospechado para mí fue la entrega de los documentos y los reconocimientos a
los alumnos más destacados. Entregaron reconocimientos a los promedios más
altos por materia y a los promedios más altos por grado, y todos estábamos esperando
que nuestro hijo fuera nombrado para recibir el reconocimiento en cuestión, y
en una especie de complicidad no planeada, cada vez que nombraban al hijo de un
vecino aplaudíamos y le dedicábamos una mirada de reconocimiento por estar en
el grupo de papás con hijos premiados, dando por hecho que también nosotros estábamos
en dicho grupo. Al final, con todo y las ganas que en ese momento tuve de que
nombraran a Bruno en alguno de los reconocimientos, esto no sucedió, y me descubrí
recordarme que he sostenido pláticas asegurando que estos reconocimientos no
importan y que la manera de elegir a los ganadores es muy subjetiva y demás
etcéteras aplicables al caso, para restarle importancia al asunto…
Bruno se la pasó transparentemente
contento y platicando y jugando con sus amigos, como aprovechando los últimos
momentos de estar a su lado, pero sin que esto restara brillo a su alegría y
entrega entre congéneres recién graduados.
Agradezco a Bruno por las
lecciones aprendidas y la oportunidad de seguir creciendo a su lado. El
trayecto recorrido en estos tres años de preescolar ha sido muy rico en anécdotas
y lecciones y sin temor a equivocarme ha permitido que ahora seamos también un
poco más sabios y conscientes del privilegio de tenerle y de la responsabilidad
correspondiente.
Mamá tiene planes de preparar un
compendio de fotos y trabajos que sinteticen esta etapa de la vida de Bruno para
regalárselo. Una vez que así sea, volveré a escribir para acompañar el momento
de la entrega de este regalo.
Por el momento reconozco que no
dejo de sorprenderme con este camino de la paternidad que he recorrido sin
capacitación previa, pero que me ha dejado enormes buenos momentos y con el corte
al día de hoy declaro MISIÓN CUMPLIDA. ¡Celebro la vida!
Papá palito.